Cuando mis hijas eran pequeñas las dormía todas las noches, narrándoles "historias", como ellas decían.
Esas historias tenían casi siempre como base el tren. Era la vida de una casilla de la RENFE.
A poco que quisieras siempre estaba el tren o las vías: tuvieras un borrego había que cruzar las vías del tren para clavarlo al suelo y que pastara de 9 a 17 (el tiempo que tu estabas en la escuela); buscabas leña era entre las ruedas de las 140 (y otras que nosotros le decíamos tanque); cogías hierba para los conejos y buscabas en invierno la hierva que nacía profusa en los manantiales que brotaban en la cuneta de la vía del tranvía y en verano cogías los cerrajones que nacían profusamente en la carbonilla de las paredes de la Reserva; salías a pasear a pasear con tus padres y te ibas a la "Curva de los bolos" donde la línea de Granada se separa de la de Córdoba, seguías hacia adelante y cruzabas el puente sobre el Guadalimar, las traviesas eran CXXXI, estaban todas numeradas con números romanos, entre traviesa y traviesa la nada, al igual que entre el rail y la pasarela con su baranda que guardaban el puente; montaba el maestro el belén con arroyos de agua y no estaba preparado para la innovación del cambio de los pilotos a los tractores de maniobras y se producían los desbordamientos; viajes de adolescente en trenes de balconcillo de dos noches, de correo de Andalucía a correo de La Coruña, las bajadas a beber agua, las conocíamos todas (Calancha, Valdepeñas, Alcázar de San Juan, Avila, Medina del Campo, Valladolid, Venta de Baños, Palencia); a los gritos de tortas de Alcázar, navajas de Albacete, mostachones de Utrera; etc. Así dormía a mis hijas, a la demanda de "papa cuéntame una historia", ¡Ojalá pudiera dormir a mis nietos contándoles aquellas historias! Pero ya a vosotros os supongo grandes para contaros "historias" para dormir.
Buenas noches, encantos. Estanislao